ORBICULAR

ORBICULAR
2023

ACÉFALA GALERÍA
Buenos Aires, Argentina
Curated by Joaquín Barrera

CHALK PASTEL DRAWINGS, VIDEO AND METAL PIPES
EACH DRAWING MEASURES 102 X 72 CM
VARIABLE MEASURES


Orbicular es, a primera intuición, un verbo. Su desinencia latina orbis vaticina algo circular, redondo, esférico. Podríamos presuponer, erróneamente, que es un acto de hacer girar algo sobre un espacio indeterminado. Pero es que en realidad Orbicular no es verbo sino sustantivo. Orbicular es, según el diccionario, un músculo en forma de anillo, que rodea una cavidad o abertura, como la boca o la órbita del ojo. Y me permito formular una tercera acepción ficcional y biográfica: en el universo de Erik Arazi, Orbicular es una acción para sobrevivir en el mundo, un punto de fuga que tiene ojos en los pies para poder caminar pero con la mirada siempre puesta en el cielo. 

Los dibujos de Arazi son exploraciones intuitivas de un acto contemplativo y netamente físico, en donde intervienen variables ópticas de distorsión de la imagen. Mirar al sol – a ese naranja intenso que es el fuego – y luego cerrar los ojos para grabar en la memoria sus formas y colores y registrar fugazmente los efectos de la luz sobre la atmósfera. Esas señales eléctricas de la mecánica ocular que se produce ante los estímulos que provoca la percepción visual forman abstracciones equilibradas y serenas, a las que Erik trata con dedicación y cuidado. A la rigidez de la línea, le imprime curvaturas dóciles, tratamientos suaves de esfumado de los restos de la tiza con algodón y en algunos dibujos incluso unas pequeñas incrustaciones casi invisibles de grafito que se evaporan ante la intensidad de la imagen. 

En la práctica artística de Erik Arazi, el dibujo opera como el canal de representación visual de una performatividad tácita. La fisicalidad de los movimientos lineales y curvados que ejecuta en el papel refiere a ejercicios mentales de ocupación del espacio, a un estado de consciencia de su cuerpo en el eje del universo y a un grado elevado de silencio y observación. La distribución de los dibujos en la exposición parece remitir de algún modo a una acción duplicada y compleja, entre el mirar y el ser parte. Al intentar poner en práctica la circulación consciente del visitante, trazando puntos invisibles pero evidentes en el plano de la galería y que permite ir y volver de un dibujo al otro, Arazi bosqueja una performance involuntaria. El espectador, sometido a una geometría invisible, recorre el tránsito como si fuese una parte más del dibujo adentrándose en el marcado fluido de acceso y egreso a la imagen que pareciera devolvernos cada una de las obras. 

Hay en estos trabajos y en su quehacer cotidiano, una insistencia por abandonar las formas rectas, por tornear las líneas delicadamente hasta convertirlas en círculos. Estas circunferencias se convierten a los ojos del visitante en la matriz fundamental de este modelo autodidacta de símbolos propuesto por Erik Arazi. A partir de la centralidad plástica que tienen en el papel negro, estos redondeles, núcleos u órbitas despliegan una imaginería compleja en donde uno pareciera reconocer ciertas referencias que navegan entre lo humano y lo metafísico, entre la cosmogonía planetaria y espiritual y el estado embrional de la reproducción celular. Es que de algún modo, los dibujos podrían servir para ilustrar un manual inacabado de preguntas circulares (como un Ouroboro) sobre el quien nos trajo hasta acá, que vienen desde el principio de los tiempos y de los que ni la fe ni la filosofía ni la ciencia pueden dar aún explicaciones certeras.

Texto por Joaquín Barrera